martes, 2 de febrero de 2010

El rey de la reguleridad

Pues eso tío, que al final las Navidades no salieron como yo me esperaba.

Los días de lluvia fría e incansable se ponían uno al lado del otro y lo único que nos quedaba era leer, quemar leños bien gordos en la lumbre y, cuando se hacía de noche, bajar al bar. Qué barbaridad, qué manera de llover. Y luego nieve. Para qué queremos más.

Aún así nos inventamos los motivos y salimos todos los días posibles. Los carriles reventados, charcos en los que te hundias hasta el gemelo, la culera permanentemente manchada de barro y las zapatillas siempre mojadas. Pocas horas de luz y como consecuencia, entrenos acabados a tientas. Esperemos sacarles provecho el futuro. Si no, menuda gilipollez.

Alguna serie sí que hicimos. La única vez en mi vida en la que no quería que llegara la recuperación. No quería porque eso significaba pasarse un minuto, tres o los que fueran, quieto, bajo la lluvia y aguantando el viento en las costillas. Sintiéndote cada vez más gilipollas. Tiempos dignos, eso sí.

Y por si fuera poco, lesiones. Un día haciendo cuestas debí apoyar tan mal el pie que me abrí el ligamento del quinto meta. Me hacía un daño horrible y al andar cojeaba. Masaje del fisio, más dolor y un par de días parado. Luego bien pero con miedo. Ya en Madrid y volviendo a lo duro, una contractura en el isquio me dejó seco a mitad de una serie de mil. Acojone al principio -parecía una rotura-, luego hielo y hondonadas de Radio Salil. Rodajes suaves y nueva visita la fisio. Has rozado el límite chaval, me dice. Saca una aguja y me la clava. Da buen resultado, a los dos días ya me estoy apretando y desde entonces hasta ahora.

Está sonando: I¡m Wonderlust King, de Gogol Bodello

0 comentarios: