lunes, 25 de abril de 2011

Aznaitín, 1726

El Aznaitín -Natín en dialecto local, Az-19 en inglés- es un cerro de 1726 metros que se encuentra en Sierra Mágina, en el Sur de la provincia de Jaén. Visto desde el Guadalquivir parece que hace de avanzadilla de otros picos como el Mágina o el Almadén que, más altos pero menos valientes, se agolpan detrás de él.

Por su prominencia puede verse, gordo como un burgués, desde gran parte de la provincia. Y por esa razón misma, cuando estás en lo alto se pueden ver tantos pueblos que te faltan nombres para reconocerlos a todos. Obviamente, si no quieres quedar como un inútil que no conoce su provincia, te los vas a tener que inventar.

Bien por esta prominencia, bien por otras razones, desde hace siglos este cerro ha resultado llamativo para los habitantes de la comarca a pesar de que bien pensado no sea nada del otro mundo, no haya nada que no se pueda encontrar en cualquier otro monte.



En sus faldas pueden encontrarse muchos metros de sendero roto, pedreras inacabables por las que brincan pastores salvajes, vallas que no pintan nada, pastos que se secarán cuando llegue Junio y chumberas feas como un demonio. También hay una sima sin fondo, un poblado abandonado que siempre quisimos fuera de brujas y a sus pies discurre el E-5, el sendero que se convierte en la más tangible promesa de aventura cuando descubres que se puede ir de Tarifa a Atenas pasando por la puerta de tus abuelos.

Quizá sea por eso que no resulte difícil encontrar debajo de sus piedras abundante material para llenar de fábulas tardes de lumbre y mañanas debajo de la parra. Los tesoros escondidos, los versos en los romances, los maquis… incluso Muñoz Molina trazó por su cima el inverosímil camino que llevaría a uno de los personajes de El Jinete Polaco desde Lahiguera hasta Úbeda en lo que fue la primera aproximación del Ultra-Trail al territorio de Jaén y provincia.



Hablar de una montaña como escuela de vida es algo a mi parecer exagerado, pero también es justo reconocer las lecciones que esta montaña nos ha dado. En la cuesta que sube de Albanchez al puerto del mismo nombre hemos aprendido a marcar los necesarios tiempos de las subidas largas, a tirar del ritmo hasta el punto exacto en el que hay que aflojar porque los gemelos ya se tensan demasiado.



Un poco más arriba hemos descubierto que hay tramos, como éste de la foto, que se sacuden las etiquetas y se hacen imposibles de describir con un nombre solo, pues son un poco pedrera, otro poco trialera, un poco trocha y también trepada.



El último invierno, en una sola tarde, con contundencia y sin contemplaciones, descubrimos de repente que, a falta de ángel de la guarda, en la montaña hay una ley inexorable que dice que si tú te escapaste ese día fue porque a otro le tocó quedarse. Y que, si te dan a elegir entre perseguir la niebla y quedarte junto al fuego, escojas siempre lo segundo.