Algo fuera de lo normal ocurre si has decidido dejar de lado el ritual que te acompaña la noche antes de cada carrera. Si en vez del plato de pasta comes cualquier mierda y las dos cervezas para coger el sueño se transforman en copazos de ron con cocacola que precisamente buscan el efecto contrario.
En efecto es un día excepcional, o al menos eso esperas ahora que ya ha pasado todo: que no haya muchas noches-mañanas como la de hoy. Se juntan dos citas ineludibles en el corto espacio de doce horas y no hay forma de escaquearse de ninguna de las dos. Sabes que es una locura, que no hay necesidad ninguna... pero vas y te comprometes. Por eso de que somos jóvenes y hermosos y si no haces estas cosas ahora cuando las vas a hacer. Además tienes curiosidad sobre si serás capaz de responder y qué hostias, lo que pasa es que no has sido capaz de elegir y vas a apechugar con lo que venga como buenamente puedas.
Así que en esas estás, sumido en una espiral de ruido, alcohol, humo que no te hace ningún bien pero que tampoco evitas. Pides una copa, saludas a unos y a otros, das tres o cuatro brincos, se te va la vista detrás de un movimiento más que sugerente y vuelta a empezar pero cada vez más borracho hasta que ya no pides más copas, se te traba la lengua al saludar, la mirada en lugar de desviarse se ceba y cualquier cosa te parece sugerente. Empieza a salir el sol y es la hora ya de irte a tu casa. Te echas a dormir un par de horas, con la ropa de competir puesta para evitar tentaciones y rezando para que la resaca sea leve.
Afortunadamente así es y dadno tumbos te metes en la ducha: no es que esté lúcidos pero puede valer, al menos en ese estado no llegas a preguntarte nada transcendental. De estar menos aturdido hubieras soltado de inmediato la mochila en la cocina y te habrías vuelto a la cama en cuanto la pregunta de si algo de eso tiene sentido hubiera pasado por tu mente.
Llegas al sitio de la carrera y comienzan los saludos. "tu aliento huele a fiesta" te espetan. Qué hacer sino agachar la cabeza y ponerte a calentar. Lo único bueno es que sólo con 4kms, en nada ya han dado la salida y te encuentras corriendo a lo que das, con los sentidos acolchados, la boca como el esparto, pasas la primera vuelta y luego la última, todos los kilómetros a ritmo constante. Llegas a la meta veinte segundos más tarde que el año pasado: no se le puede pedir peras al olmo.
Coges el chandal, algo de comida y piensas en el coche como en una bendición. Los párpados pesan más que las piernas y te espera el sofá con el partido del Barça al final de la tarde.
Y juras por lo más sagrado que no vas a volver a repetirlo.
En efecto es un día excepcional, o al menos eso esperas ahora que ya ha pasado todo: que no haya muchas noches-mañanas como la de hoy. Se juntan dos citas ineludibles en el corto espacio de doce horas y no hay forma de escaquearse de ninguna de las dos. Sabes que es una locura, que no hay necesidad ninguna... pero vas y te comprometes. Por eso de que somos jóvenes y hermosos y si no haces estas cosas ahora cuando las vas a hacer. Además tienes curiosidad sobre si serás capaz de responder y qué hostias, lo que pasa es que no has sido capaz de elegir y vas a apechugar con lo que venga como buenamente puedas.
Así que en esas estás, sumido en una espiral de ruido, alcohol, humo que no te hace ningún bien pero que tampoco evitas. Pides una copa, saludas a unos y a otros, das tres o cuatro brincos, se te va la vista detrás de un movimiento más que sugerente y vuelta a empezar pero cada vez más borracho hasta que ya no pides más copas, se te traba la lengua al saludar, la mirada en lugar de desviarse se ceba y cualquier cosa te parece sugerente. Empieza a salir el sol y es la hora ya de irte a tu casa. Te echas a dormir un par de horas, con la ropa de competir puesta para evitar tentaciones y rezando para que la resaca sea leve.
Afortunadamente así es y dadno tumbos te metes en la ducha: no es que esté lúcidos pero puede valer, al menos en ese estado no llegas a preguntarte nada transcendental. De estar menos aturdido hubieras soltado de inmediato la mochila en la cocina y te habrías vuelto a la cama en cuanto la pregunta de si algo de eso tiene sentido hubiera pasado por tu mente.
Llegas al sitio de la carrera y comienzan los saludos. "tu aliento huele a fiesta" te espetan. Qué hacer sino agachar la cabeza y ponerte a calentar. Lo único bueno es que sólo con 4kms, en nada ya han dado la salida y te encuentras corriendo a lo que das, con los sentidos acolchados, la boca como el esparto, pasas la primera vuelta y luego la última, todos los kilómetros a ritmo constante. Llegas a la meta veinte segundos más tarde que el año pasado: no se le puede pedir peras al olmo.
Coges el chandal, algo de comida y piensas en el coche como en una bendición. Los párpados pesan más que las piernas y te espera el sofá con el partido del Barça al final de la tarde.
Y juras por lo más sagrado que no vas a volver a repetirlo.
1 comentarios:
triste comentario de prueba
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